Espíritus Idóneos y Héroes del Amor

Los únicos que podrán construir el mundo feliz e iluminado del futuro serán aquellos que tienen un amor desbordante. Sus labios sonríen con amor, sus corazones rebosan de amor, sus ojos irradian amor y las emociones humanas más delicadas; esos son los héroes del amor que reciben continuamente mensajes de amor en la salida y en el ocaso del sol y de la luz parpadeante de las estrellas.

Los que intentan reformar el mundo tienen que reformarse en primer lugar a sí mismos. Para que los demás les sigan en el camino hacia un mundo mejor, tienen que purificar su mundo interior del odio, el rencor y los celos, y adornar su mundo exterior con toda clase de virtudes. Las declaraciones de los que están muy lejos del autocontrol y la autodisciplina, de aquellos que han fracasado a la hora de refinar sus emociones, pueden parecer al principio atractivas y llenas de perspicacia, pero no serán capaces de inspirar a los demás; en caso de hacerlo, los sentimientos a los que darán lugar pronto desaparecerán.

La bondad, la belleza, la veracidad y el ser virtuoso son parte indisoluble de la esencia del mundo. Pase lo que pase, el mundo descubrirá un día esta esencia y nadie podrá impedir que esto ocurra. Los que se esfuerzan por iluminar a los demás, los que buscan la felicidad de otros y extienden hacia ellos su mano para ayudarlos, tienen un espíritu tan desarrollado e iluminado que son como los ángeles de la guarda. Se enfrentan a los desastres que asolan a la sociedad, se alzan ante las tormentas, se apresuran a apagar los «fuegos» y están siempre vigilantes ante posibles conmociones.

Devotos del amor

Bediüzzaman dijo: «Somos los devotos del amor; no tenemos tiempo para el antagonismo». Este principio es muy importante para nosotros. Y, sin embargo, decirlo no es suficiente; la cuestión más importante es personificarlo. A decir verdad, hay muchos que pronuncian palabras muy hermosas sobre el amor a la humanidad; y la verdad es que son palabras agradables de escuchar. Pero lo que yo me pregunto, entre los que dicen tales frases, es lo siguiente: ¿cuántos hay que son capaces de llevarlas a la práctica y encarnar en sí mismos, en sus caracteres, lo que han dicho con sus bocas? Creo que sería difícil encontrar una respuesta satisfactoria a esa pregunta.

Encarnar lo que enseñaba es una de las características más importantes de nuestro Profeta. Ponía en práctica todo lo que decía e introducía en su vida las palabras que enseñaba. Las palabras que no se llevan a la práctica, por muy hermosas o perfectas que sean, están condenadas a arruinarse, a desperdiciarse, a perder su influencia con el tiempo. Si no se ponen en práctica se verá, por el impacto que tienen en los corazones, lo estancadas que han quedado; y no solo las palabras humanas sino también las Divinas se verán afectadas. Desde el momento en que fue revelado por primera vez no se ha cambiado una sola letra del Corán; y todavía mantiene la misma frescura y originalidad que al principio. Es un Libro bendecido y de sobra conocido, pero se ha convertido en la víctima de la falta de claridad que produce la atmósfera brumosa de la débil representación humana y de la vacuidad; y en consecuencia se ve sujeto a los desvaríos delirantes de la insuficiencia que no son una característica del Corán en sí, sino más bien atribuibles a las sociedades que no han sido capaces de implantarlo en la existencia. La religión y el Corán deberían ser algo capital en la vida y deben comprenderse en su totalidad para que puedan seguir siendo algo dinámico. El Corán tiene que ser encarnado por completo para que así pueda desempeñar la función que se espera de él. Para resumir, lo que quiero decir aquí es lo siguiente: no basta con decir que eres un devoto del amor y que personificas la paz. Hay una serie de obstáculos que deben salvarse. El quid de la cuestión es poner en práctica esa hermosa declaración de palabras.

El amor y el afecto son dos de los principios más importantes del Islam. Nosotros tenemos que personificarlos a lo largo y ancho de este mundo. Y sin embargo, ha habido recientemente una serie de acontecimientos negativos que han hecho pensar que el Islam es muy diferente a lo que es en realidad. Sería erróneo, por supuesto, atribuir al Islam los errores cometidos por algunas personas. Es cierto que en un país vecino ha tenido lugar un cambio muy serio que ha dañado gravemente al mundo musulmán, aunque muchos de los problemas que han surgido allí podrían haberse resuelto con la reconciliación. El mal no se propagó porque no fue más allá de unos meros eslóganes. Pero es que, además, ese no ha sido el único país que ha personificado de forma incorrecta la imagen del Islam en el mundo. Hay muchos otros países y dirigentes que con su conducta y actitud están continuamente presentando imágenes negativas; sobra decir que cuando esto ocurre los que más se benefician son siempre los que se oponen al Corán. Nosotros tenemos que insistir mucho en lo que decimos y estar totalmente decididos a ponerlo en práctica. Nuestro mundo interno tiene que estar rebosando de amor y afecto por la humanidad; en nuestros corazones no puede haber sitio para la hostilidad.

No tengamos la menor duda de que este nuevo siglo va a ser una era en la que florecerán el amor y el diálogo. El antagonismo será erradicado y el amor y la tolerancia surgirán por doquier. Y no se trata de una posibilidad remota, especialmente cuando el mundo está experimentando la globalización. Si Dios quiere, cuando llegue el momento serán los benditos los que llevarán a cabo esta misión.

La gente del amor

La gente del amor, como Rumi, Yunus, Yesevi y Bediüzzaman, estaban conectados con Dios a un nivel mucho más elevado que cualquiera de nosotros y su falibilidad era mucho menor que la nuestra. Por esta razón, hicieron esfuerzos tremendos en lo que respecta al amor, el afecto y la tolerancia y llegaron a influenciar en gran medida a aquellos que estaban a su alrededor en todas estas cuestiones. Pero si los valoramos teniendo en cuenta el período en que vivieron, ninguno de ellos pudo ver el nivel de diálogo y tolerancia que se ha obtenido en nuestros días gracias a los esfuerzos de los creyentes. El hecho es que cada uno de ellos tuvo que afrontar un trato bastante hostil; en comparación con lo que ellos sufrieron, eso a lo que nosotros nos enfrentamos es prácticamente nada. Bediüzzaman, cuando habla del sufrimiento que tuvo que soportar, dice:

¿Acaso piensan que soy un egoísta que solo me preocupo de mí mismo? Para salvaguardar la fe de la comunidad he sacrificado toda mi vida y no he tenido tiempo para pensar en la Otra Vida. Durante una vida de más de 80 años no he disfrutado de los deleites mundanos; mi existencia ha transcurrido en los campos de batalla, en las cárceles, prisiones y tribunales de este país. Me han tratado como a un delincuente, prohibiéndome una ciudad tras otra, teniéndome siempre bajo una vigilancia constante. No ha habido persecución que no haya experimentado ni opresión que no haya sufrido. Pero si hubiese visto asegurada la fe de mi comunidad, no me habría preocupado arder en las llamas del Infierno. Porque mientras mi cuerpo se quema, mi corazón estará floreciendo como un jardín de rosas. (Bediüzzaman Said Nursi, Tarihçe-i Hayatı [Biografía])

A pesar de todas esas dificultades, ninguno de estos hombres del amor logró ver en su propia época el grado de aceptación que hoy reciben los representantes del amor y la tolerancia. Sus mensajes no tuvieron el mismo impacto sobre el público que tienen los mensajes de los hombres de la tolerancia de nuestros días. Creo que si viviesen en este siglo y fuesen testigos de la tendencia que existe hacia el diálogo y la tolerancia, habrían llegado a preguntar: «¿Cómo habéis podido tener éxito con el diálogo en el mundo entero? ¿Cuál es vuestro secreto?».

Esta categoría no estaba destinada a esos gigantes de luz porque las condiciones de su época no eran las apropiadas; para poder obtener este rango es preciso perseverar en este camino. Ayer me decía una persona eminente: «Algunos círculos que hasta ayer mismo se oponían por completo a los creyentes, están ahora apoyándolos y recomendándolos». Estas son indicaciones de la sensación de bienvenida que Dios ha suscitado en los corazones de otras personas y que hace que se reciba con afecto a estos devotos del amor. Ignorarlo sería la ingratitud más absoluta; atestiguarlo y olvidarse de dar gracias por ello sería un aspecto más de la incredulidad.

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