Reformación espiritual en el mes de Ramadán

Es en este tiempo, al experimentar acontecimientos de tristeza y alegría, cuando sentimos la llegada del mes de Ramadán, el mes de la piedad y el perdón. En el ambiente excelso de este mes de luz, sentimos tanto la primavera como el otoño, al mismo tiempo que las estaciones de esperanza y añoranza, en nuestros mundos interiores. Impregnadas de profundas y espirituales brisas, cada voz y aliento de aire en el mes de Ramadán anuncia en el estilo más ensalzado y estimulante todos los placeres que nos gustaría probar en esta vida y las buenas esperanzas que apreciamos intensamente.

Los gozosos días del mes de Ramadán, manifestándose como consecutivos rayos de luz, nos envuelven con las expectativas, la esperanza y las alegrías que nos traen de los reinos del Más Allá y nos presentan muestras del Paraíso.

Cuando empieza el Ramadán, nuestro mundo interno, nuestros pensamientos y sentimientos se renuevan y fortalecen. Las brisas de piedad, que vienen desde diferentes fluctuaciones, se unen a nuestras esperanzas y expectativas, y penetran en nuestros corazones. En los encantadores días y en las noches iluminadas del Ramadán, nos sentimos de un modo tal que parece que todos los obstáculos que nos impiden el camino a Dios han sido eliminados y las colinas en dicho camino se han allanado.

Del mismo modo que la lluvia que cae sobre la Tierra, el mes de Ramadán acontece impregnado de corrientes de sentimientos y emociones que riegan los corazones sedientos y secos, haciendo los mundos interiores de las personas propicios para nuevos sentidos y concepciones. Por medio de la luz de los días, horas y minutos de este bendito mes, los corazones alcanzan tal profundidad espiritual y son tan purificados que nunca desean abandonar su clima de paz. Conforme el Ramadán se acerca, vivimos el placer de la ilusión y la preparación para ello. El alimento y la bebida que entran en nuestras cocinas en los días anteriores a la llegada de este mes nos lo recuerda con emociones de esperanza. Y al fin llega, cargado de piedad y perdón. Tan pronto como nos honra, cada uno de nosotros se encuentra en una espiral de luz que se eleva hacia el cielo y avanza hacia Aquél Omnisciente de un nuevo modo espiritual por la noche y de otro modo diferente durante el día. Abrimos nuestros ojos a cada uno de sus días con una incomparable solemnidad y paciencia, y cada noche llega con una serenidad fascinante.

Las agradables noches del Ramadán reciben una calurosa bienvenida de todas las almas y suben al trono en todas estas almas. Los ojos miran más intensamente y la gente siente un amor recíproco más profundo. Cada uno desea hacer el bien al prójimo y las pasiones y resentimientos son subyugados hasta cierto punto. En este mes sagrado de Ramadán todo el mundo se siente tan apegado a Dios y tiene tanto cuidado en sus relaciones con los demás que es imposible no percibirlo a simple vista.

Las almas creyentes disfrutan más profunda-mente de la satisfacción de la creencia y experimentan la bendición de la buena moral prescrita por el Islam así como la facilidad espiritual de hacer el bien a los demás. Además, intentan extender y compartir esta alegría, esta bendición y aptitud con los demás. Puesto que estas almas en reposo están convencidas de que llegará un día en el cual esta vida se terminará, y asimismo vendrá una felicidad eterna e independiente sin sufrimientos ni sacrificios, la cual será retribuida por Dios con una gran recompensa, luchan contra los deseos del yo carnal con la intención de realizar los actos de veneración. Las comidas que toman en la puesta del sol para romper el ayuno les proporcionan el deleite de dicha veneración y son seguidas por la oración de magrib, justo después del ocaso, con la adición de la oración de tarawih, la oración especifica durante el Ramadán.

Los alimentos que los creyentes comen antes del alba para comenzar a ayunar se unen con la oración de la noche supererogatoria —tahayyud— convirtiéndose así en una dimensión de su proximidad a Dios. Las calles están llenas de gente que va y viene de las mezquitas, en las cuales las declaraciones «Dios es el Más Grande» resuenan igual que en el Al-Masyid al-Haram, en La Meca. Se pensaría que cada calle es una mezquita y cada mezquita es una Kaba. Las personas capaces de sentir el Ramadán de esta manera, aunque son mortales por naturaleza, ganan un tipo de eternidad y cada uno de sus actos, realizado con la conciencia de la veneración deliberada, se transforma en una ceremonia concerniente al Más Allá.

Las noches son vividas de manera más profunda y se tiene en consideración la otra vida, la vida de ultratumba, y los días pasan como porciones de tiempo dominado por la resolución y una poderosa fuerza de voluntad. Aquellos que ayunan por Dios sienten una sensación de alegría, y viven cada día con el entusiasmo de un nuevo reencuentro. Viven cada mañana con un sentimiento indescriptible, como si los llamaran a una nueva prueba. Se puede percibir en sus rostros un signo de humildad mezclado con la solemnidad ante Dios, así como la serenidad, la seriedad y la melancolía combinadas con un sentimiento de seguridad. Cada acto refleja la paz espiritual y la euforia que se manifiesta con motivo de la adhesión a la voluntad de Dios y la confianza en Él, y así, la sinceridad y amabilidad adquirida son limpiadas en las cascadas de fe del Corán. Aunque parecen ser seres creados de la luz, todos consisten en sombras solamente, así que no molestan ni pueden hacer a nadie daño alguno o causar problemas. Como el respeto y la cortesía son rasgos principales de su naturaleza, incluso después de un día de sed y hambre —y resistiendo los deseos carnales—, siguen teniendo un carácter dulce y de corazón puro. Muestran un humor al cual se le ha dado forma mediante el miedo y la reverencia, la disciplina y la satisfacción, la solemnidad y la cortesía. Son respetuosos y considerados hacia Dios Omnipotente así como amables y sinceros entre sí.

Sus rostros y ojos reflejan los diferentes grados y dimensiones de la profundidad de los reinos espirituales y se muestran radiantes por las luces del mundo invisible. Aunque cada individuo pueda haber sido formado por un clima diferente e ideas diferentes —todos ellos, incluso el inteligente y el de puro corazón, aquellos habituados a una vida disciplinada y cuidadosa y aquellos que son un poco desordenados y descuidados, la persona nerviosa y la tranquila, aquellos que son muy sensibles debido a los problemas de la edad y aquellos que no lo son, el rico y el pobre, el hombre feliz y el que se encuentra triste, el sano y el enfermo— todos sienten, con escasa diferencia, los mismos sentimientos en el mes de Ramadán. Experimentan juntos la llegada de la noche y la mañana, escuchan la llamada a la oración y realizan los rezos en compañía, comen antes del alba e interrumpen sus ayunos juntos. Todos sienten al menos uno de los dos casos del regocijo y la alegría prometidas para aquellos que ayunan [el Profeta dijo: «Hay dos casos de alegría por parte de aquel que ayuna: un caso es cuando él rompe su ayuno, el otro cuando reciba la recompensa del ayuno en el Más Allá».]

Todos los musulmanes, independientemente de su nacionalidad o país de procedencia, temperamento, posición social o estado físico, vienen juntos y respiran el mismo «aire» durante la atmósfera bendita de Ramadán. En este ambiente, sus almas son constituidas en un camino particular a aquel ambiente, y comparten un tipo de felicidad profundamente sentida, la cual puede ser experimentada sólo por los seres espirituales. El Ramadán tiene un efecto fascinante en los musulmanes, pues deja sus impresiones positivas hasta en las almas de las personas más pobres y oprimidas.

El Ramadán nos envuelve con muchas bellezas: el placer en las oraciones supererogatorias realizadas después de la oración de isha, la conciencia de las bendiciones del sagrado mes de Ramadán, la luz que incide sobre nosotros procedente del Cielo y de las luces que decoran las mezquitas, la proximidad del Poder Creativo y Su mensaje de compasión y perdón siendo susurrado en nuestros corazones. Como si estuviese planeado y prescrito con el fin de encender tales sentimientos y pensamientos en nosotros, cada elemento de las ceremonias públicas durante el Ramadán permite que «las cuerdas» de nuestros corazones resuenen: las llamadas a la oración realizadas des-de los minaretes y los elogios al Profeta, la paz y las bendiciones de Dios estén con él, junto con las declaraciones de Unidad Divina, Grandeza y Gloria que resuenan en nuestros oídos, todos y cada uno de estos elementos, en definitiva, preparan nuestras almas para la veneración. Nos despierta hacia las verdades espirituales y celestiales, y permiten que hasta el alma más grosera realice sus deberes de veneración del modo correcto en que han de ser realizados.

Las voces que se elevan desde los minaretes se encuentran con las voces de los habitantes del Cielo y resuenan en cada rincón del Cielo y la Tierra. Son voces que penetran en nuestras almas y nos adentran en un ambiente lleno de poesía y de sentimientos puros, un reino de la dulce imaginación. En esta atmósfera agradable, sentimos que el Ramadán, directamente aflorando del cielo, se puede discernir en los rostros de las personas perfumando el aire y todo ello es escrito en las luces de las mezquitas. Encantados por esta atmósfera tranquila y pacífica, conseguimos una especie de infinidad y una sensación cercana a como si entendiésemos toda la existencia. El Ramadán agrada en particular a aquellos que se abren a la eternidad hasta tal punto que no experimentan nada más que esto.

Recuerdo bien que durante mi infancia, cuando no había aún electricidad en las ciudades, la gente, en la oscuridad de la noche, se dirigía a las mezquitas con lámparas de queroseno. Imaginábamos que el Ramadán paseaba por los callejones, contemplando las luces de aquellas lámparas. Bajo la influencia de la poesía y la espiritualidad profunda que el Ramadán vertió en nuestras almas, deseábamos que nunca tuviera que llegar a un final. Sin embargo, a pesar de nuestro profundo deseo, se fue elevándose y el día festivo le seguía con toda su magnificencia.

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