El Respeto hacia el Corán

El hecho de recitar el Corán a tus hijos y enseñar su lectura reviste una gran importancia, pero hay algo que es incluso más importante: comunicar a tus hijos el sentido de que lo que está siendo recitado es «la palabra de Dios». Hoy en día, uno de los problemas más comunes que podemos encontrarnos es que —desgraciadamente— los versículos coránicos recitados por algunas personas no van más allá de ser un mero sonido. Si puedes ofrecer un buen ejemplo recitando el Corán y logras hacerlo como si estuvieras recitándolo ante el Altísimo o ante el alma bendecida del Profeta, entonces habrás conquistado una vez más los corazones de los que se encuentran a tu alrededor. Si dejas que las lágrimas fluyan por tus mejillas mientras recitas el Corán, tu hijo aprenderá mucho. Recitar el Corán de manera inexpresiva y monótona en cambio, puede convertirnos en insensibles.

Un hadiz dice lo siguiente: «La persona que recita el Corán de la forma más bella es el que lo recita con una tristeza solemne». Otro hadiz dice: «El Corán fue revelado de una forma triste». (Ibn Maya, Iqama, 176; Zuhd, 19)

Dado que el Corán trata sobre los seres humanos, que tienen diversas preocupaciones, debemos reflejar la debida tristeza cuando lo recitamos. Uno de los aspectos más importantes al alcanzar este nivel es comprender lo que el Corán nos está diciendo. Debemos respetar el Corán, incluso aunque no comprendamos lo que dice, ya que es la palabra de Dios. Sin embargo, si hacemos además algunos esfuerzos para comprender su significado, entonces esto será una indicación de un mayor respeto hacia el mismo. Además, tu hijo sentirá más profundamente las enseñanzas del Corán en su corazón y en su mente y, de este modo, saciará su sed espiritual todo lo que permita su nivel de entendimiento.

Aquellos que se muestran satisfechos únicamente con comprender el significado literal tienen en realidad un pobre sentido o comprensión acerca de la religión. En lo que se refiere a aquellos que no tienen ni siquiera la más mínima conexión con el Corán, podemos decir que se hallan en un estado de total extravío. Aprender los significados más ocultos de los versículos del Corán y enseñar lo que hemos aprendido a nuestros hijos conlleva la mayor trascendencia en lo que respecta a la obtención de las recompensas prometidas por el Corán.

Como explicación del hadiz mencionado antes, Hafiz Munawi narra el hecho siguiente: «Un joven muchacho estaba a punto de acabar de memorizar el Corán. Pasaba las noches recitando el Corán y realizando oraciones, y por la mañana, pálido y cansado, iba a ver a su profesor. Su maestro era un gran sabio y un auténtico guía espiritual. Él preguntó a sus estudiantes acerca de aquel muchacho. Sus estudiantes contestaron: “¡Oh maestro! Ese estudiante suyo continúa recitando el Sagrado Corán hasta la primera luz de la mañana sin dormir, y por la mañana viene a su clase”. El profesor no quería que sus estudiantes recitaran el Corán de esta manera, así que aconsejó al estudiante de la manera siguiente: “El Glorioso Corán debe ser recitado de la misma forma que fue revelado, hijo mío” y añadió “de ahora en adelante lo recitarás como si estuvieras haciéndolo delante de mí”. El muchacho salió y esa noche recitó el Corán del modo en que su maestro le había ordenado. A la mañana siguiente, fue a ver al profesor y dijo: “Señor, sólo he logrado recitar la primera parte del Corán”. Su maestro señaló: “De acuerdo, esta noche, quiero que recites el Corán como si estuvieras haciéndolo ante el Mensajero de Dios”. En esta ocasión, el estudiante recitó el Corán con más cuidado. Él pensó para sí, en un estado de excitación: “Voy a recitar el Glorioso Corán ante la propia persona a la que fue revelado”. A la mañana siguiente, le dijo a su maestro que había podido recitar sólo una cuarta parte del Corán. Viendo el progreso que el estudiante estaba haciendo, el profesor iba paso a paso, como cualquier buen tutor haría, y le dijo: “A continuación recitarás el Corán imaginando el momento en el que el bendito ángel Gabriel se lo reveló al Mensajero de Dios”. Al día siguiente el estudiante regresó y le dijo a su maestro: “Oh maestro, juro por Dios que sólo logré recitar una sura la pasada noche”. Y finalmente su maestro dijo: “Hijo mío, ahora recítalo como si estuvieras haciéndolo ante nuestro Todopoderoso Señor, Que está más allá de miles de velos. Piensa que Dios está escuchando lo que recitas y que previamente lo reveló para ti”. A la mañana siguiente, el alumno acudió a su maestro llorando: “Maestro, he recitado “Alabado sea Dios, el Señor de los Mundos” y continué hasta “Señor del Día del Juicio”, pero no puede recitar “Tan sólo a Ti te veneramos”. Yo adoro tantas cosas y me someto a tantas otras que no me atreví a decir “Tan sólo a Ti te veneramos” cuando imaginé que estaba recitándolo ante el Señor”».

Hafiz Munawi declara que este muchacho no vivió mucho más tiempo y falleció unos pocos días más tarde. El sabio maestro espiritual que le ayudó a alcanzar este nivel se quedó de pie junto a su tumba, contemplando al joven en el Más Allá. Entonces el muchacho gritó desde su tumba: «Oh maestro, estoy vivo. He alcanzado un nivel espiritual tal que no he sido llamado a dar cuenta de mis actos».

Recitar el Glorioso Corán reflejando el significado de los versículos, mostrando consideración hacia cada término y manifestando el debido respeto a la palabra de Dios resulta vital para la apertura de nuestros corazones; estos genuinos sentimientos atraen tanto al que recita como al que escucha la recitación hacia el bendito clima del Corán y asimismo las puertas del Paraíso permanecen abiertas.

Al narrar este evento, no estoy intentando decir que no recitéis el Corán a menos que lo hagáis de esta manera. Sin embargo, prestar la debida atención a lo que el Corán nos expresa es una necesidad puesto que es una forma de demostrar que nos sentimos honrados por ser los destinatarios de su mensaje. Si los versículos del Corán no producen grandes cambios en nuestras almas, entonces no podemos esperar tampoco que dominen nuestras vidas personales y sociales. Debemos permitir que el Corán nos cambie; debemos tornar hacia los horizontes coránicos y debemos estar dispuestos a sentir vivamente sus profundidades; de este modo, el Libro abrirá sus misterios a la visión de nuestros corazones.

Regresemos en este punto al relato que hemos narrado anteriormente. Ese joven no murió sino que simplemente retornó a su querido Señor. El ardor y exaltación de su alma, que fue provocado por los versículos coránicos, detuvo su corazón y entonces él caminó hacia el Altísimo. Ciertamente, vivirá para siempre. No fue capaz de ir más allá de «Tan sólo a Ti te veneramos», así que continuó repitiendo esto mismo hasta el alba. En una ocasión, otra persona tuvo una experiencia similar dentro de la Kaba. Cuando su cabeza tocó el muro de la Kaba, dijo: «¡Oh Señor!» y dejó entonces de invocar... fue incapaz de continuar, poseído por el pensamiento: «¿Eres capaz de decir eso? ¿Por qué no renuncias a la hipocresía? » Sin embargo, lo que ese hombre experimentó no puede ser expresado, ni tal sentimiento puede ser explicado a otras personas. Esto es lo que sintió durante algunos momentos. Incluso el propio hombre fue incapaz más tarde de explicar sus sentimientos.

En conclusión, si mantenemos una actitud que refleje el grado de devoción que tenemos hacia el Corán y si nuestros actos muestran nuestra inclusión dentro del círculo del Profeta, entonces el ambiente en que nos movemos florecerá rápidamente, del mismo modo que hacen las plantas con el agua de la primavera; habrá sucesivos renacimientos y los ángeles envidiarán nuestra vida.

a) No crear en nuestros niños un rechazo hacia la religión

En un pasado reciente, la enseñanza del Islam no ha sido convenientemente transmitida a las generaciones más jóvenes de los países musulmanes. Cuando contemplamos dicha situación con un corazón puro y una mente firme, observamos que una de las causas subyacentes de este problema es la ignorancia y la indiferencia acerca del «significado» de las palabras. Desgraciadamente, los creyentes dicen: «Tenemos fe en Dios», pero no son plenamente conscientes del significado inherente a esta declaración. Son incapaces de mantener la coherencia entre el mundo exterior y sus mundos interiores y no comprenden tampoco los conceptos religiosos de forma correcta. Éste ha sido un error recurrente a lo largo de la historia.

Ni siquiera ahora podemos decir que estamos haciendo un buen uso de las oportunidades que Dios nos ha concedido. Cuando nuestros niños acuden a nosotros con preguntas acerca de la religión, nuestro deber es llenar sus corazones con el amor a Dios y el Mensajero —la paz y las bendiciones sean con él— en lugar de intimidarles, obligándoles a memorizar oraciones, que, con el tiempo, ellos aprenderían de forma natural. Si nos sentimos satisfechos enseñando nuestra religión como si fuera un conjunto de formalidades que tienen que ser aprendidas de memoria, nuestros hijos pueden acabar sintiendo un antagonismo hacia ella. Después de sólo una lección, pueden negarse a continuar aprendiendo. No podemos alimentar a un bebé de seis meses con una comida para adultos.

Del mismo modo, no debemos insistir en que los niños memoricen algunas partes de nuestra religión hasta que alcancen la edad apropiada para hacerlo. Debemos esperar también que sean ellos mismos los que intenten aprender lo que necesitan sin que nadie se lo diga. Nuestro enfoque debe estar basado en hacerles amar el Islam, pensar en el mismo e interiorizarlo.

Los creyentes deben ser conscientes de este tema e intentar hacer que la religión sea tan amena como sea posible. Deben intentar abrir las mentes y los corazones de sus hijos a la espiritualidad. Deben amar el Corán tanto que digan: «¡Oh Todopoderoso! Concédeme la capacidad de comprender la religión, permíteme aprender los propósitos divinos para que la verdad del Corán pueda llenarme» y su vida girará entonces en torno a esta perspectiva.

b) Continuar con la veneración obligatoria y no obligatoria

Los padres deben llevar a cabo sus obligaciones religiosas de una forma correcta, con independencia de las condiciones que prevalezcan, de tal modo que los niños no puedan ver ninguna falta en su servidumbre y devoción al Señor. El Mensajero de Dios nunca dejó inacabado el rezo tahayyud (la oración de la noche) y tenía oraciones particulares que recitaba cuando se levantaba por la noche. Él realizaba una oración de compensación cuando perdía alguna de estas oraciones, a pesar de que las mismas no sean obligatorias. De este modo demostró claramente que cualquier tipo de veneración, ya sea en la casa o fuera de ella, no debe ser nunca pospuesta o inacabada.

Los compañeros del Profeta fueron absolutamente conscientes de que una vez que se ha comenzado un tipo de práctica de devoción religiosa, debe continuarse del mismo modo. Abdullah ibn Amr ibn As, quien fue uno de los grandes ascetas de la época del Profeta, ayunaba cada día y mantenía una vigila, rezando cada noche hasta el alba. Además, cuando se casó, se mantenía alejado de su esposa durante días. Cuando ésta se quejó al Profeta a través de su suegro, Abdullah ibn Amr ibn As tuvo que acudir ante el Profeta, que le reprendió por la negligencia que había mostrado hacia su esposa. El Mensajero de Dios le pidió entonces que redujera su práctica religiosa voluntaria; sin embargo, Abdullah ibn Amr insistió en mantener dicha práctica y dijo: «¡Oh Mensajero de Dios! Soy capaz de realizar más». Al final, el Mensajero de Dios le convenció para que ayunara sólo un día de cada dos y que durmiera durante un tercio de la noche y mantuviera una vigilia durante el resto. Esta narración llega a nuestros días transmitida por Bujari y Muslim. Más tarde, este bendito compañero le dijo a otro: «¡Ojalá hubiera accedido a cumplir lo que el Mensajero de Dios me pidió! Es difícil mantener este nivel de práctica a esta edad avanzada. Sin embargo, no quiero abandonar la práctica religiosa que he estado realizando. Quiero que el Mensajero de Dios me encuentre exactamente en el mismo punto que me dejó».

Abdullah ibn Amr es un buen ejemplo; uno no debe abandonar sus prácticas religiosas habituales. El Mensajero de Dios declaró que «El tipo de veneración más meritorio es el que se realiza de una manera constante, incluso si se trata de una cantidad pequeña» (Bujari, Tajayyud, 7). Si no puedes hacer mucho, haz lo que puedas y trata de realizar tus oraciones con regularidad, para que tus hijos tengan una buena opinión sobre ti. Si sólo puedes realizar las oraciones obligatorias y las de la Sunna (Traducción Profética), debes llevarlas a cabo de una forma completa. Si has comenzado a realizar algún tipo de oración supererogatoria (tahayyud, auwabiin, duha, etc.) debes continuar haciéndolo. De lo contrario, tu hijo podría preguntarse por las causas de tu negligencia. Al mantener una pauta constante en la realización de estas oraciones, el subconsciente de tu hijo estará dominado por una visión positiva sobre la oración.

Hasta ahora, lo que hemos comentado no es sino un llamamiento a aquellos que comparten nuestra forma de pensar, mostrándoles el camino que necesitamos escoger si queremos educar a nuestros hijos como musulmanes afectivos, piadosos e instruidos. Cada objetivo es alcanzado mediante un método específico. Con el fin de permitir que nuestros hijos alcancen la felicidad en este mundo y en el Más Allá, debemos poner en práctica nuestro método, que les proporciona ejemplos prácticos. Y todo esto puede sonar como una prescripción complicada pero, en realidad, no es tan difícil de realizar.

c) Respeto por los conceptos sagrados

Existen algunos conceptos que conllevan el más alto grado de santidad. La creencia en Dios es un pilar de la fe islámica. No se puede afirmar que alguien que no cree en Dios pueda llevar una vida islámica o tener fe. Debemos tener en cuenta que la conquista de los corazones de nuestros hijos por dichas nociones sagradas y ensalzadas es nuestra responsabilidad cuando alcanzan una edad determinada (normalmente entre los 7 y los 9 años es considerada una edad ideal). Para asegurarnos de que un niño vive con el recuerdo del Mensajero de Dios —la paz y las bendiciones sean con él— siempre presente debemos hablar de forma continua acerca de Dios en nuestro hogar. Si el tema principal de tus conversaciones son los famosos que aparecen en televisión, entonces serán estas personas las que dominen la imaginación de tu hijo. Él te dirá los nombres de varias estrellas de cine, deportistas, músicos y otras celebridades con suma facilidad, pero será incapaz de recordar los nombres de tan siquiera unos pocos de los Compañeros de nuestro Profeta. Su memoria y subconsciente estarán así ocupados por cosas inútiles.

Nuestras acciones deben reflejar el debido respeto hacia todo lo que nos es sagrado. La Kaba, por ejemplo, es un lugar sacrosanto. Cuando expresas tus sentimientos acerca de la Kaba en la compañía de tus hijos, debes mostrar mucho respeto. Cuando entramos dentro de los límites de la Kaba o nos aproximamos a Medina, nuestros pies deben tocar el suelo con mucho respeto. Debemos incluso ir más allá y decir —como hizo en su día el Imán Malik— que «éste no es un lugar para cabalgar o caminar con zapatos». Siempre que el gran Imán llegaba a los límites de Medina, —normalmente procedente de lugares muy alejados, como la Mezquita Nabawi u otras, donde enseñaba la ciencia del hadiz— desmontaba y decía que ésta era la forma en que alguien debía entrar en la ciudad. Naturalmente, cualquier niño que observe este tipo de comportamiento sentirá un gran respeto hacia el poseedor de Rauda-i Tahira*.

Lo mismo cabe decir del Glorioso Corán. El Libro declara: Y quien honre los símbolos que Dios ha consagrado sabrá que, en verdad, estos símbolos derivan su valor de la consciencia de Dios en los corazones de los creyentes. (22:32). La fuente de la veneración de los símbolos sagrados es piedad de los corazones. La piedad del corazón puede alcanzarse cuando nuestro corazón logra reconocer a Dios, volviéndose hacia Él con respeto, refugiándose en Él, obedeciéndole y discerniendo la Verdad Divina. Este tipo de veneración es de vital importancia. Las mezquitas, por ejemplo, tendrán un lugar tan ensalzado en la mente del niño que pensará que todos los caminos que conducen a Dios tienen su origen en las mezquitas.

Cuando las bellas voces de los muecines resuenan desde los minaretes, diciendo «Allahu Abkbar», tu hijo debe hacerse eco de las palabras del adzan y, cuando éste haya finalizado, debe alzar las palmas de sus manos y recitar la oración del adzan. (¡Oh Dios! Señor de la llamada perfecta y de la oración que va a ser realizada, concede a nuestro Maestro Muhammad la cercanía al Haqq, que llega al Paraíso y más allá, y elévale hasta el Maqam-i Mahmud —la Posición Exaltada— que Tú le has prometido).

En conclusión, si alimentamos el amor hacia Dios, si realmente albergamos sentimientos de respeto hacia los puntos esenciales del Islam, entonces debemos transmitir estos sentimientos a los corazones de nuestros hijos, mostrarles la grandeza de Dios, hacer que Le amen y llevar este amor hacia lo más profundo de sus corazones, de tal modo que aprecien que nadie más que el Señor Absoluto merece ser amado, buscado o anhelado. En un hadiz que, según Tabarani, fue narrado por Abu Umama, el Mensajero de Dios declaró: «Haz que los siervos de Dios amen a Dios y Dios te amará a ti». Dios puede ser amado cuando alguien se familiariza con Él. Los seres humanos suelen amar sólo lo que les resulta familiar y son hostiles a lo que les resulta extraño. Los paganos y ateos son hostiles a Dios debido a su ignorancia con respecto a Él. Si tales personas Le conocieran, Le amarían. En el Corán, Dios declara: «No he creado a los yinn y a los hombres sino para que Me (conozcan y) veneren» (51:56). Ibn Abbas y Muyahid interpretan la expresión «sino para que Me veneren» en el sentido de que «se familiaricen conmigo», lo que significa que si alguien se familiariza con Dios, entonces está cumpliendo su deber como siervo; si no, entonces se convertirá en una persona ingrata a los ojos del Señor.

De este modo, en primer lugar debemos hacer que el niño se familiarice con Dios, y entonces el corazón del niño estará lleno de Su amor y sentirá también el debido respeto hacia Él. Hay que buscar una forma particular de dar a conocer a Dios, una forma que se adecue a la edad del niño. La simple declaración de que la cena que se encuentra en la mesa procede de Dios puede ser suficiente en este sentido. Cuando el niño crezca un poco más, habría que decirle que la lluvia —que todos los humanos, animales y plantas necesitan— cae del cielo por la Gracia de Dios y que el agua que hace revivir la tierra procede del tesoro de Su Misericordia. A un niño ya mayor sería recomendable hablarle de hechos físicos más complejos, de cómo tiene lugar la evaporación, de cómo la lluvia desciende en pequeñas gotas, y explicarle que ninguno de estos hechos es fruto de la pura coincidencia. Necesitamos mostrarle que todo lo que tiene lugar, sucede con Su permiso. A los niños que tienen un mayor discernimiento, podemos hablarles de Dios buscando apoyo en los hechos demostrados por la ciencia moderna. En una ocasión, el Profeta de Dios declaró lo siguiente: «Ama a Dios ya que Él te concede bendiciones; ámame a mí, ya que soy Su Mensajero; y ama a mi familia, porque me amas a mí» (Tabarani, 3:46).

No es difícil hacer que vuestros hijos amen al Mensajero de Dios y a sus Compañeros, siempre y cuando encontremos el método adecuado. Si les damos un libro que narre la bendita vida del Profeta en lugar de libros más frívolos, como por ejemplo el Hayat us Sahaba («La Vida de los Compañeros»), un excelente libro de consulta, entonces tendrán la ocasión de aprender numerosos aspectos acerca de nuestro Profeta, sus Compañeros y los hijos de los Compañeros. De este modo, cada una de estas benditas personas será apreciada y estimada por nuestros hijos, quienes querrán ser entonces tan valientes como Jamza, tan fuertes como Ali, tan sinceros como Abu Bakr y tan justos como Omar ibn Jattab.

Así pues, es de vital importancia que el Corán, los libros acerca de la vida de nuestro Profeta y otros libros sobre la vida de sus compañeros ocupen un lugar de honor en nuestra casa. De este modo, los corazones de nuestros hijos estarán repletos de nuestras figuras históricas e iluminados por ellas.

Me gustaría aquí que prestárais vuestra atención en un punto importante. Aunque utilizar diferentes argumentos racionales contra las tesis y nociones filosóficas que amenazan nuestra fe es una reacción lógica, si nos limitáramos a emplear meramente la lógica esto podría dañar nuestra vida espiritual y llevarnos a la desesperación. Tras haber comprendido una explicación lógica, tu hijo querrá ver algunos ejemplos prácticos en tu vida. Incluso si asciendes por una bella escalera que desciende desde los Cielos en medio de miles de pruebas del microcosmos y el macrocosmos para la existencia y unidad de Dios, pero no le ofreces ejemplos prácticos de la vida, tu hijo encontrará todas estas pruebas demasiado teóricas y difíciles de entender. Él podría percibir entonces el pensamiento religioso que estás intentando presentarle nada más que como un oscuro punto de vista filosófico.

Si no dejas claro que aquello de lo que estás hablando ocurrió realmente en un cierto período de la historia, esto puede sonar como un cuento de hadas. Esta es la razón por la cual tenemos que mostrar a los niños que ciertos principios fueron puestos en práctica en dicho período y pueden volver a serlo de nuevo.

Hasta un tiempo bastante reciente, se decía en muchas ocasiones: «Lo que se afirma acerca de los Compañeros puede ser verdad, pero probablemente esto ha ocurrido sólo una vez y es casi imposible que estas cosas vuelvan a acontecer». Estos pensamientos negativos eran como una epidemia. Sin embargo, cuando contemplamos a un gran numero de jóvenes de nuestros días, que conocen al Creador Ensalzado y a Su Glorioso Mensajero y los aman profundamente podemos creer entonces que puede existir de nuevo una comunidad cuyo estilo de vida nos recuerda al de los Compañeros. Si consideramos las señales y buenas nuevas que nos aporta el Corán y que vienen respaldadas por los hadices, podemos tener fe en el advenimiento de una comunidad formada por aquellos a los que el Mensajero de Dios llamó garib, es decir, las personas que son consideradas como extranjeros en su propia tierra debido a su creencia y a su estilo de vida, que representan los elevados valores del Islam.

La piedad en tu corazón, el amor y la veneración que sientes por Dios y tus actos de respeto hacia las mezquitas y los ritos sagrados le parecerán a un niño signos radiantes que le invitan al camino de Dios.

El adzan (la llamada a la oración) es un símbolo del Islam y un medio para lograr la concentración antes de las oraciones. Al mismo tiempo, el adzan es una invitación de Dios a Sus siervos para que cumplan sus obligaciones y un recordatorio de Su grandeza. Si logras criar a tus hijos con tales sentimientos en sus corazones, siempre que escuchen el adzan, se sentirán conmovidos, al borde de las lágrimas de felicidad, entusiasmados y llenos de amor por el Señor; y temblarán entonces como una hoja. A pesar de todas las dificultades, este deber sagrado fue cumplido correctamente por los musulmanes anteriores y —Insha Allah— será también realizado con la misma efectividad en un futuro cercano. Enseñaremos a las nuevas generaciones a rendir el debido homenaje a los pilares del Islam y enseñaremos a todo el mundo a amar a Dios y a Su Mensajero.

En resumen, nuestros deberes religiosos deben ser realizados de forma completa en nuestras casas; las dudas o vacilaciones con respecto a nuestra fe y sentimientos religiosos deben ser eliminadas de la mente de nuestros hijos tan pronto como sea posible. Además, debe haber ciertos momentos del día en los que recemos al Todopoderoso, en los que la Divina Misericordia fluya con abundancia y en los que nos dirijamos a Dios para suplicarle. En ese momento, la presencia del Mensajero de Dios se dejará sentir en el hogar a través de la actuación del padre y la madre.

Así pues, los valores que vuestros hijos adquirirán a través de esta vía son tan grandes e inestimables que durante los futuros años de su vida ellos saborearán los frutos de vuestros esfuerzos y rezarán por vosotros, llevados por un sentimiento de gratitud.

Respetar los sagrados pilares significa aceptar y mostrar la grandeza de los valores que son más queridos por el Islam. El amor del Todopoderoso se grabará en los jóvenes corazones con el «Al-lahu akbar» que pronunciamos durante el adzan. Este amor ondeará como una bandera en sus mundos espirituales y poseerá sus corazones de manera completa, y cuando esto suceda, estaréis sonriendo agradecidos a cambio de estas bendiciones divinas.


* El lugar que se halla entre la tumba del Profeta Muhammad y el púlpito de su mezquita, que es llamado «Un vergel del Jardín del Paraíso», como indica un hadiz (Fath al Bari, 1888).

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