Una evaluación general de sus éxitos militares

Un aspecto revelador acerca del Mensajero es que fue el más ilustre comandante de la historia de la humanidad. Para entender esta dimensión de su sagrada misión, debemos considerar los siguientes puntos:

Ningún otro Profeta llevó su cometido a una victoria categórica en todos los aspectos de la vida. Moisés, quien más se asemeja al Mensajero, murió mientras su gente todavía estaba en el desierto y fue incapaz de conquistar Palestina después de varias décadas de predicación. La misión de Jesús procuró principalmente infundir un renacimiento espiritual y moral entre los judíos, que se ahogaban en el materialismo. Después de su ascensión a los Cielos, sus discípulos transmitieron su mensaje a Roma, a pesar de la severa persecución a la que fueron sometidos. Lamentablemente, el precio pagado fue la alteración del credo original de Jesús. Cuando murió el profeta Muhammad, dejó atrás una Arabia musulmana y dedicados Compañeros preparados para difundir el Islam por todo el mundo. Él consiguió este final con un puñado de gente abnegada que nunca antes había oído hablar de la creencia o la Escritura, y que no sabían nada de la vida social civilizada, la política mundial, las buenas morales, y la autodisciplina. Él transformó las tribus del desierto enfrascadas en guerras civiles y contiendas interminables, y los equipó con creencia, sinceridad, conocimiento, moral recta, amor por la humanidad, compasión, y activismo. Ellos se dedicaron a una causa divina, y el resultado fue un ejército de luz. Rabi ibn Amir, enviado musulmán ante la presencia del comandante persa durante la Guerra de Qadisiya, dijo que la religión que el Mensajero trajo de Dios y predicó eleva a la gente de los oscuros abismos de la vida mundana al reino elevado e ilimitado del espíritu; de la humillación de adorar divinidades falsas y elaboradas por los seres humanos al honor y la dignidad de venerar al Único Dios, el único Creador y Sustentador del Universo; y los libera de la opresión y la depresión causada por religiones falsas y sistemas humanos al ambiente luminoso y pacífico del Islam.

El Mensajero nunca trató de conseguir un reino mundano; él fue enviado para llevar a la humanidad a la salvación en ambos mundos. Su objetivo era revivir a la gente, no darles muerte. Para conseguir eso, sin embargo, tuvo que preparar campañas militares y a veces comandar ejércitos. Preparó aproximadamente ochenta de tales expediciones, y comandó veintiocho de ellas. Casi en la mitad de estas campañas tuvieron lugar enfrentamientos, y sólo unas mil personas perdieron la vida: aproximadamente doscientos cincuenta musulmanes fueron martirizados, y setecientos cincuenta no musulmanes perecieron. Él instauró el Islam, trajo la seguridad absoluta a Arabia por primera vez, y abrió el camino para la seguridad global a costa de sólo mil vidas. Este triunfo, así como el resto de sus logros, no tienen comparación en la historia de la humanidad.

El Mensajero fue el primero en decretar una ley internacional. Aunque el concepto era conocido antes del Islam, era aún muy limitado. Por ejemplo, no había ninguna regla reconocida acerca de los prisioneros de guerra. El Mensajero estableció un reglamento que proporcionaba «una disciplina», un orden a seguir en los enfrentamientos. Por ejemplo, lo que sigue es una orden suya para todos sus legítimos sucesores con ejércitos a los que dirigir, una orden que ha de ser obedecida como palabra de musulmanes en sus guerras como tales.

Siempre mantened el miedo a Dios en vuestra mente. Recordad que no podéis lograr nada sin Su gracia. No olvidéis que el Islam es una misión de paz y amor. No perjudiquéis a los árboles frutales o a los campos fértiles en vuestro avance. Sed justos, y evitad ser invadidos por el ímpetu y el frenesí propios de la conquista. Tened consideración de todas las personas religiosas que se hallen en ermitas o conventos, y respetad sus edificios. No matéis a los civiles ni vulneréis la castidad de las mujeres ni el honor de los vencidos. No hagáis daño a los viejos y a los niños ni aceptéis regalos de la población civil. No alojéis a vuestros soldados u oficiales en casas de los civiles.[378]

Las precauciones preliminares del Mensajero no dejaban nada al azar. Él siempre actuaba con gran cuidado, perspicacia y providencia, y por eso nunca sufrió ningún revés. Él no tenía nada que ver con el contratiempo sufrido en Uhud. También, estuvo extraordinariamente acertado en conseguir información sobre el enemigo sin recurrir a fuerza o tortura alguna. Por ejemplo, algunos soldados musulmanes que habían capturado a un soldado enemigo intentaron arrancarle información militar a la fuerza. Pero el Mensajero ordenó que lo dejaran libre y le preguntó cuántos camellos sacrificaba su ejército cada día. Y contando cuántos camellos eran necesarios para alimentar a dicho ejercito, trató de calcular cuántos soldados venían hacia ellos.[379]

El Mensajero estableció un servicio de inteligencia militar para proporcionarle toda la información necesaria acerca del enemigo. Sin embargo, ninguna noticia de sus propios movimientos fue alguna vez filtrada. Antes de partir en pos de la conquista de La Meca, Jatib ibn Abi Baltaa envió en secreto una carta por medio de una mujer a sus parientes en La Meca sobre los preparativos. Sin embargo, el Profeta fue informado de esto y envió a ‘Ali y Zubayr para interceptarla, lo que ellos hicieron diligentemente.

Asimismo, el Mensajero mantuvo sus preparativos militares y su último destino final en secreto. Hizo parecer que marchaban en una dirección, para luego más tarde dirigirse hacia su destino real. Sus tácticas se caracterizaban por la velocidad, el ataque sorpresa y la flexibilidad de los movimientos militares. En muchas de sus campañas sorprendió al enemigo desprevenido y lo doblegó de manera relativamente fácil. Por ejemplo, en la Batalla de Jaybar, los judíos se enteraron de su avance por la mañana temprano sólo cuando vieron huir a los campesinos que abandonaban sus tierras ante la aproximación musulmana. Tuvieron tan solo tiempo suficiente para refugiarse en sus fortalezas. Cuando marcharon sobre La Meca, su plan de avance fue tan perfecto que los politeístas de La Meca se rindieron incondicionalmente.

En su misión como Profeta con una religión universal revelada por Dios, enseño esta religión tan eficazmente que sus Compañeros estuvieron siempre listos para sacrificarse por su causa. Este fue el factor principal que hizo posibles sus victorias. Sus Compañeros pusieron todas sus esperanzas y su confianza en él. En consecuencia, inculcó el miedo en el corazón de los enemigos, como él mismo dice: «Dios me apoya, implantando el miedo en los corazones de mis enemigos que se encuentran a un mes de camino de mí».[380]

Utilizó la psicología para desmoralizar a sus contrincantes. Poetas como Hassan ibn Zabit y Abdullah ibn Rawaha escribieron o recitaron versos con la intención de amedrentar al enemigo. Cuando realizaba la peregrinación menor, un año después del Tratado de Judaybiya, el ordenó a sus Compañeros que corrieran en torno a la Kaba para demostrar su fuerza a los habitantes de La Meca que los observaban desde las colinas circundantes. Mientras corrían, Abdullah ibn Rawaha recitaba:

Comienzo con el Nombre de Dios,
Aparte del Cual no hay más deidad
Y Muhammad es el Mensajero de Dios
Oh incrédulos, y los hijos de los incrédulos
Apartaos de su camino.

Agradecido con esto, dijo: «Sus palabras son más penetrantes en los quraishíes que las flechas».[381]

El Mensajero introdujo nuevas estrategias e hizo pedazos la unidad de las tribus enemigas aliadas. Durante la Batalla del Foso, los judíos de Banu Qurayza quebrantaron su tratado con los musulmanes en el momento más crítico y se unieron al asedio quraishí. Abandonados entre dos campamentos hostiles, él ofreció la paz a Banu Ghatafan, una tribu aliada quraishí. Esto hizo que Banu Qurayza desistiera de continuar luchando. Él también provocó las desavenencias y la desconfianza mutua entre los quraishíes y Banu Qurayza. Durante la campaña de Jaybar, él pretendió marchar sobre Banu Ghatafan, una tribu aliada de los judíos de Jaybar. De esta manera, dicha tribu permaneció inactiva y no ayudó a los judíos.

El Mensajero hizo lo que tuvo que hacer, sin vacilación e indecisión alguna, en cada etapa de su vida. Nunca se retiró ni se dio por vencido durante ninguna batalla. Él permaneció firme durante los momentos críticos de Uhud y Hunayn. Él emplazó a sus Compañeros dispersados: «¡No os disperséis! ¡Soy un Profeta! ¡Esto no es una mentira!». Cuando las tribus judías dentro y fuera de Medina rechazaron cumplir con sus acuerdos, el Mensajero marchó sobre ellos inmediatamente. Él hizo lo mismo contra la tribu Banu Qurayza después de la Batalla del Foso, sin ni siquiera detenerse y despojarse de su cota de malla y avanzó contra el ejercito quraishí un día después del revés en Uhud. Tales acontecimientos dan idea de su resolución en la causa del Islam y su invencibilidad.

Aproximadamente en cada campaña el Mensajero tomó la iniciativa al atacar y dirigir la batalla (Badr, Uhud y el Foso). Hizo uso de estrategias sorpresivas y eficientes tácticas que derrotaron al enemigo. También utilizó el tiempo en su favor y cualquier otra ocasión favorable.

El Mensajero normalmente variaba con frecuencia sus tácticas y estrategias de combate. Por ejemplo, durante la Batalla de Badr él lanzó un ataque masivo después de desmoralizar al enemigo en una leve escaramuza. En las primeras etapas de Uhud, él hizo que la caballería enemiga se rindiera mediante arqueros situados en el puerto de montaña de Aynayn. Empleando bravos y eminentes guerreros tales como Hamza, ‘Ali, Abu Duyana y Zubayr, él obtuvo la victoria en la primera etapa. Como en la Batalla del Foso, él encaró al enemigo con un largo y profundo foso alrededor de Medina. Permaneciendo en los confines de la ciudad, forzó al enemigo a rendirse después de cuatro semanas de asedio.

El Mensajero nunca estuvo escaso de refuerzos o logística y siempre mantuvo sus líneas de comunicación abiertas. Él hizo surgir, además de a aestadistas tan extraordinarios como Abu Bakr o ‘Umar y personas de gran erudición y espiritualidad, a grandiosos soldados e invencibles comandantes. Su educación destaca tres elementos básicos:

  • Adiestramiento físico continuo. Instó a sus Compañeros a que practicaran el tiro con arco, la lucha, natación y la monta de caballos. Algunas veces preparó y ocasionalmente participó en competiciones y carreras. Él destacó la necesidad de cuidar la nuestra salud y la fortaleza.
  • Moral recta y ser educado en el comportamiento con los demás.
  • Devoción a Dios con una inquebrantable fe, sumisión, confianza y obediencia a Dios, a Él mismo y otros con mayor autoridad.

El ejército musulmán transmitió paz y seguridad a las tierras que conquistó. Cada soldado estaba absolutamente dedicado al Islam. El único criterio para juzgar entre la gente fue la fe en Dios. No sintieron amor verdadero por nadie que estuviera en oposición a Dios y Su Mensajero, incluso si éstos fueron sus padres, hijos o hermanos (58:22). Como resultado, a veces miembros de una misma familia lucharon entre sí en los campos de batalla.

La creencia y la sumisión hacen de los soldados musulmanes guerreros tan poderosos y audaces que ni el número de enemigos y su fuerza ni el miedo a la muerte les impiden difundir el Mensaje Divino. Abdullah ibn Hudafa al-Sahmi fue capturado por los bizantinos y un sacerdote cristiano le dijo que si se convertía tendrían piedad de él y le respetarían. Le dieron tres minutos para decidirse. Abdullah contestó: «Gracias, padre. Me has dado tres minutos para hablarte acerca del Islam».

[378] Andrew Miller, Church History, 285; Bujari, «Manaqib», 9.
[379] Ibn Hisham, 2:269.
[380] Bujari, Tayammum, 1, «Salat», 56.
[381] Nasai, Sunan, 5:212; Ibn Hisham, 4:13; Ibn Sad, 2:121.

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