¡Qué Días Aquellos!

Conforme pasaban los años,
¡Oh Muhammad! Los meses, para nosotros,
¡se convirtieron en Muharram!
Qué noche soleada era la tarde;
¡Pero, ay, que pena! ¡También se convirtió en una noche de tristeza!
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Por el amor de Dios, ¡oh Profeta inocente!
No dejes al Islam tan desolado Ni a nosotros tan oprimidos
Mehmet Akif

Tú fuiste el que una vez colmó nuestros corazones; con tu presencia todo era mágico y hermoso. Y a pesar de todo, una serie de interrupciones se produjeron a lo largo del camino. Hubo ocasiones en las que la conducta era poco amable, los modales bastos y las respiraciones gruñidos. Pero todas esas anomalías desaparecían de inmediato con la luz y la brisa de tu mundo. Luego fuisteis solo tú y tu atmósfera llena de colorido, lo que empezó a surgir en los horizontes del pensamiento y los sentidos, como si estuviésemos en un sueño. El agostarse de los horizontes hacia el negro, o el palpitar de las almas, parecían una llamada para que aparecieras en los corazones. Cada vez que estábamos desanimados, tu sombra aparecía sobre las colinas de nuestros corazones como una luna llena que hacía desaparecer toda tristeza. Cada vez que estábamos atrapados en algún problema, o angustiados por nosotros mismos, parecía que esa opresión que nos atenazaba era una invitación a tu luz. Y el calor y la serenidad que desprende tu mundo particular podía sentirse de forma inmediata por doquier, y nos veíamos inmersos en las luces de la eternidad. Las brisas estaban impregnadas de tu fragancia. Los beneficios de tu clima caían sobre nosotros como cascadas, y nos refrescábamos en las luces que procedían del más allá, como si fuese un baño.

Tras cada uno de los recesos, sin que importase la duración del mismo, solíamos decir: «Vergüenza debería darnos por no ver cómo éramos sin él». Y luego te encontrábamos en nuestros corazones prístino y nuevo. Después de cada desmayo, de cada desviación o penumbra, el Misericordioso te devolvía a nosotros, los que podíamos oír tu voz y tu respiración, tu luz y tu perfume con todos nuestros corazones. Y oíamos el acento seductor de tu mensaje. Como si estuviésemos en un globo mágico, nos liberábamos de la gravedad y sentíamos en nuestras almas un aire de progreso hacia la eternidad. Con la magia de ese aire huíamos de nuestra atmósfera contaminada para convertirnos en unos seres celestiales. Cada vez que mirábamos en nuestras almas, sentíamos una luz, una esperanza y un consuelo que emanaba de tu mundo luminoso. Y sabíamos que estábamos en tu afable presencia, pues tú siempre estabas allí con nosotros y, con tu presencia, todo era primoroso.

Para nosotros tú eras el pasado, el futuro, el presente. Era como si estuvieses siempre con nosotros, con tu actitud encantadora que transciende el tiempo. Permanecías en pie en tu Era de Luz y sin embargo abrazabas nuestro día, dando indicaciones sobre el futuro y haciendo que tu voz se oyese en todo tiempo y lugar. Nuestros regazos eran tu palacio de verano. Vivías en nuestros corazones y hacías que nosotros viviésemos como tú, apaciguando nuestros latidos como si estuvieses cantándonos, con suma dulzura, canciones de cuna en esa sagrada atmósfera tuya, más cálidas que los brazos de las madres y llenas de consuelo. La mayoría se rendía al encanto de tu paz espiritual, mientras deambulábamos por las Eras que habías coronado con tu luz, observando las glorias históricas que habíamos logrado siendo tu comunidad. Nos sentíamos como si hubiésemos encontrado de nuevo los valores que habíamos perdido o abandonado, felices como niños alegres, con esos días apacibles y sensacionales que, surgiendo de ti, se abrían en nuestras memorias como flores. Nos sentíamos como si estuviésemos siendo amamantados con los pechos de la Era de la Luz. Y luego, esos mundos nuestros, sucios y corroídos, volvían a relucir de nuevo. Y se recomponían los trozos de nuestras rotas, desgarradas e incontroladas ensoñaciones, y los momentos iluminados por ti fluían por los días, horas y minutos que habíamos vivido, al tiempo que nos susurraban el color, el patrón y la modulación de la vida real.

Sea lo que fuese lo que beban otros que no están alimentados de la misma fuente, nosotros sentimos casi siempre placeres de los que nadie más disfruta. Nos basta con parpadear y, como si ya estuviésemos en el Paraíso, conseguimos casi todo lo que hemos deseado, anhelado o querido, como si estuviésemos paseando por el reino de los sueños. Sí, así es como debería ser al estar tú en nuestro interior; con el tiempo, el espacio, y todo lo relacionado con ambos, convertidos en nuestros amigos.

Cada vez que establecíamos contacto contigo en nuestros corazones, tu mundo armonioso, espectacular y radiante, emergía inmediatamente como una ensoñación sobre nuestros pensamientos y estados más normales. La misteriosa aventura de tu vida, que agitaba nuestros sentimientos y emociones hasta rebosar, nos llevaba desde donde estábamos a la alameda donde nos reuníamos contigo. Siguiendo ese camino, éramos conducidos finalmente a las puertas de Dios y se disponían para nosotros, en los salones de las ceremonias celebradas más allá de las dimensiones espaciales, almohadones parecidos a los sofás del Paraíso, proporcionando a nuestros corazones bellezas comparables a nuestras ensoñaciones más hermosas. En esos momentos místicos en los que estábamos contigo, recordábamos muchas cosas extraordinarias, experimentábamos grandes oleadas de placer y de alborozo, nos relajábamos en el consuelo y la alegría de la existencia para decir una y otra vez: «No hay duda alguna; esta es la vida». ¡En esos momentos estábamos bajo tu sombra protectora, conscientes de la existencia y de la noexistencia! El espíritu y el significado que destilan tu clima azul profundo eran nuestra vida y nuestra esencia. Vivíamos con ellos, continuábamos nuestras actividades cotidianas con ellos y superábamos todos los obstáculos y coronábamos todas las cumbres deseadas. Y luego, caminábamos sin descanso hacia el objetivo más sagrado: lograr la aceptación de Dios y hacer que tu nombre se oyera por el mundo entero, tu nombre al que consideramos un medio para obtener Su complacencia. Con alientos tan suaves como la seda, elevándose siempre hacia lo alto como si fueran pájaros, acariciando a todo y a todos como una brisa suave, transformándose a veces en lluvia en el seno de las nubes para luego descender como un aguacero espumoso y hacernos rebosar de vida. En esas horas y días radiantes, cuando vivíamos totalmente satisfechos y solíamos decir «esta es la vida», nuestro sol solía salir y ponerse en armonía contigo. Los días eran brillantes, como tu rostro. Las noches nos cantaban desde tus negros bucles y nuestro pulso latía en armonía con el ritmo de tu corazón. Al pensar en ti nuestras mentes descansaban. Nuestras ansiedades desaparecían cuando buscábamos refugio bajo tu sombra. Así es como obteníamos un gusto por la vida que jamás habíamos experimentado, junto con las interminables aventuras gozosas de la existencia al estar a tu lado. En la aventura de tu vida, vinculada a los cielos, leíamos sobre el poder invencible de la fe, que ser musulmán significa ser un héroe, que la fidelidad involucra valores que no tienen precio y que la castidad y la inocencia son cualidades angélicas.

Tú fuiste quien desveló los misterios de allende los cielos, el que describió luces que fluían desde el más allá, las conexiones entre este mundo y la Otra Vida, las expectativas, los sueños y las necesidades de la humanidad, y las eternidades prometidas. Cuando tus mensajes llegaron a nuestros oídos, nos sentimos como si estuvieses entre nosotros y tu voz nos hubiese tocado en lo más íntimo. Y entonces observamos con nuestra visión las deslumbrantes imágenes de tu vida luminosa e interpretamos en ti cada detalle de la creación. Las generaciones que han crecido bajo tus directrices, tu estilo y tu sistema se han entusiasmado y se han estremecido año tras año en las olas del más profundo, más variopinto, más encantador y más sobresaliente de los mensajes. Su fe ha alcanzado la perfección –hasta el punto de que, para ellos, la incredulidad no tiene la más mínima posibilidad– en directa proporción a su conexión contigo. Su amor se convirtió en cascadas, y llegaron tan lejos como los seres espirituales con un aluvión de fervor y el amor más profundo.

¿Quién conoce las tentativas y los esfuerzos realizados para que, a lo largo de los siglos, las generaciones siguientes anhelasen oírte y amarte y sentir tu mensaje, que era el propósito de tu existencia? ¡Cuántas deliberaciones tuvieron lugar y cuántos tormentos se sufrieron! Pero cuando llegó la estación adecuada produjeron sus frutos. Y, entonces, ahí estabas tú en cada acto, en cada corazón. Y cada minuto y segundo que se pasaba contigo era prometedor. ¡Tus luces se derramaban sin interrupción sobre nuestras cabezas, fluían hacia nuestras almas y nos proporcionaban sensaciones encantadoras! Como respuesta a sus deseos de felicidad eterna, tú prometías felicidad a los que te seguían. Como recompensa, sus emociones se intensificaban al pensar que en el futuro vendrían días aún más resplandecientes, y era como si estuviesen viviendo una nueva Era de Felicidad por la alegría de ser dirigidos por ti.

Los seres humanos hemos sido creados débiles, desamparados y en necesidad, pero llenos de expectativas. Esperábamos tener paz interior y perseguíamos fantasías de felicidad que pertenecían a este mundo y a la Otra Vida. Teníamos sueños de eternidad y felicidad perpetua e íbamos en pos de lo que parecía superar nuestras capacidades. Con tu venida y tus mensajes luminosos nos vimos abastecidos con bendiciones que excedían nuestras expectativas. Antes de que tú llegaras, éramos como los muertos, pero tu rango de Profeta nos hizo revivir como si hubiésemos oído el sonido de la Trompeta.

En el pasado, tú estabas en el interior de nuestros corazones y los días eran auténticos. Ahora, y a pesar de que esos días resplandecientes no han muerto por completo, han perdido su vivacidad y se han descolorido. Nuestra pena es como la de Jacob, lo mismo que nuestras esperanzas. Nos nutrimos de los sueños de aquellos días luminosos, en los que surgirás de nuevo en nuestros horizontes. Y esperamos tu regreso con gran ilusión, mañana y tarde, tal y como ha sido prometido. Cada año, el aniversario de tu nacimiento nos lo recuerda y nos hace sentir como si hubiésemos bebido muchas copas llenas del elixir de la esperanza. Y somos incapaces de ser lo suficientemente agradecidos al Misericordioso por bendecir contigo a la gente de esta época.

En el pasado más reciente, los que se separaron de ti quedaron per-didos. Los que se fueron buscaron su ruina. Es cierto que todos experimentamos hasta cierto punto un distanciamiento. Y sin embargo, el apartarse de ti tomó dos formas diferentes, lo mismo que el perderte. Y ahora, a pesar de que es tarde, expresamos nuestra aflicción por dicho distanciamiento y queremos volver a tu regazo, más cálido que el abrazo de una madre. Estamos avergonzados y confundidos, pero seguimos creyendo con firmeza que Dios acepta tus deseos. ¡Ojalá no nos hubiésemos separado lo más mínimo! ¡Ojalá no hubiésemos estado privados de las luces que proceden de ti, de tu mundo y de tu significado, y se derraman sobre nuestras almas! ¡Ojalá hubiésemos podido mantener en nuestro interior, vivo y fresco, tu rostro persuasivo! ¡Ay, qué pena! Consciente o inconscientemente, nos hemos separado y nos hemos dado la espalda a nosotros mismos. Y ahora que buscamos los remedios para obtener la salvación, ¡ojalá pudiésemos reflexionar sobre lo perdido! Una vez más hemos sido engañados por los trucos de Harut y Marut[1] y hemos sido vencidos por Satán. A pesar de todo, hemos disfrutado de ocasiones en las que tu sombra nos protegía y podíamos enfrentarnos a los demonios. Mientras el otoño se desplegaba a nuestro alrededor, los días y las noches eran para nosotros como una primavera. Nuestros años, meses y días fueron robados y fuimos transformados en las víctimas del tiempo. Y al tiempo que decimos «lo más oscuro es siempre antes del alba», esperamos el momento prometedor en el que esta oscuridad absoluta sea desgarrada por la luz.

[1] Dos ángeles que fueron enviados a los Hijos de Israel durante su exilio en Babilonia para enseñarles algunas ciencias ocultas con las que protegerse de la brujería. Véase Surat al-Baqara, 2: 102, para más información.
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