El Cosmos Entero Es Un Espejo de Lo Divino

Todo lo que hay en este universo es un espejo que señala a Dios Todopoderoso, como un lenguaje articulado que habla de Él y una canción que canta Su Nombre. Los seres humanos, las cosas y la totalidad de la existencia Lo reflejan y dan testimonio de Él en sus sonidos y en sus silencios, en sus actos y actitudes, en sus seres y en los frutos que producen. En sus modales y posturas aluden y señalan hacia Él. Son como sombras que emanan de Su existencia en su trama, su patrón y sus modulaciones… Deja que no vean los que no pueden ver. Los que sí pueden, gracias a su perspicacia, leen Sus signos en todo lo que hay y oyen los sonidos y palabras procedentes de Sus diferentes manifestaciones. Si los corazones están abiertos a Él y los ojos pueden ver más allá de la materialidad –una capacidad que no todo el mundo posee en un mismo grado– cada vez que miremos la existencia como si la leyéramos como un libro, cada vez que visitemos la exposición de esta tierra y nos pongamos a contemplarla, descubriremos que es tan fascinante como un sueño. Los que no quieren ni pueden contemplar las cosas y los acontecimientos en el Nombre del Creador, no pueden sentir este encanto, ni su significado y contenido subyacentes. No pueden ver la belleza, la armonía, la gracia y el propósito más profundo, ni tampoco la voluntad y la sabiduría que encierran… Tampoco pueden percibir la luz, el conocimiento, el amor y el vigor que fluyen hacia nuestras almas y que proceden de todo ello.

La totalidad de las cosas se encuentra bajo la influencia de un hechizo misterioso. La naturaleza se cimbrea como un lecho de flores. Los rayos de luz descienden suavemente, derramándose con compasión sobre nuestras cabezas. En cada instante las brisas nos acarician con una nueva gracia. Y los vientos soplan con una mezcla variada de perfumes.

Para el que ha logrado adoptar la correcta perspectiva, tanto lo vivo como lo muerto señalan hacia Dios con su conducta y apariencia. Todo nos sonríe y nos habla de Él, presentando escalas de imágenes y de significados que Le pertenecen. Desvelan ante nuestra mirada paisajes encantadores y permiten que nuestras almas escuchen coros con los sonidos más maravillosos. La totalidad de la existencia se alboroza ante nuestros ojos, como si estuviese sintiendo la alegría de la reunión. En ocasiones participamos del mismo ritmo y disfrutamos del éxtasis en la medida de nuestra capacidad… y Lo recordamos con cada alien-to que inspiramos y expiramos. Conforme se aclara nuestra visión, vemos cómo aparecen los matices y percibimos los sonidos que reverberan a nuestro alrededor de forma diferente. Interpretamos cada acto y cada sonido de forma muy distinta, como si fuésemos capaces de comprender el lenguaje de todas las cosas. Desde las briznas de hierba y los árboles que se cimbrean a nuestro alrededor hasta los pájaros que vuelan sobre nuestras cabezas, desde los diminutos bichos que pululan hasta las criaturas imponentes, desde todo un reino de cosas hasta el género humano que representa las manos, pies, ojos, oídos, lengua y labios del árbol de la creación; en resumen, de todo el mundo, de todo acontecimiento y de todo objeto obtenemos mensajes diferentes. Intentamos descifrarlos a nuestro modo y, al hacerlo, nos sumimos en profundas ensoñaciones, nos abrimos aún más a la esencia, nos sentimos revitalizados –¡cuán felices son los que pueden lograrlo!– para luego concentrarnos en la dimensión que reside detrás del rostro aparente de las cosas.

Para este tipo de personas, el universo y lo que contiene se asemeja a un libro comprehensivo. Este mágico palacio, al que llamamos mundo, es visto como una exposición de arte divino. Su vida se transforma en un viaje placentero hacia la Otra Vida, y lo que ven y lo que sienten les procura la conciencia de estar vivos. Y sienten como si estuviesen volando en las alturas, sobrepasando los horizontes del corazón y del espíritu. Y conforme se abre su consciencia a la existencia y a lo que hay más allá, el conocimiento y el amor de Dios que hay en su interior se transforman en afecto y en un amor más profundo. Esta gente Lo siente en todo lo que existe y relacionan con Él cada acontecimiento y cada objeto. Para ellos, la vida se hace cada vez más bella, todo se transforma y asume una identidad más mágica. Y luego su espíritu, elevándose por encima de cualquier consideración evidente, se despierta a secretos profundos que jamás han sido desvelados.

Si conseguimos superar las barreras del cuerpo y la materia, veremos al cosmos como si hubiese pasado a una dimensión diferente y nos sentiremos en un mundo lleno de sorpresas. Luego comenzaremos a interpretar los acontecimientos de forma distinta y sentiremos como si todo formase parte de nuestro ser gracias a la amplitud que la fe proporciona a nuestros corazones. El aire que respiramos, los ríos que fluyen cantando Su nombre, las briznas de hierba que se agitan con dulzura al tiempo que nos ofrecen ramilletes de melodías, y los árboles, las estrellas que cada noche nos cantan una nueva canción, las lunas y los soles que al levantarse y ponerse siguen una medida precisa y que nos ofrecen banquetes diferentes cada noche… Cada vez que contemplamos el magnífico espectáculo del cosmos, nos dejamos arrastrar por cascadas de amor y vitalidad al tiempo que sentimos como si estuviésemos surcando un tiempo mágico hacia la reunión con el Más Amado. Al caminar, nos beneficiamos de las luces de las señales que Él ha puesto en el camino, conversamos con todo lo que encontramos, damos saludos sinceros a las señales y a los portadores de las mismas, tratamos de transformar las dificultades del viaje en bendiciones del camino, hacemos que las horas, los minutos y los segundos aporten a nuestro viaje una profundidad tal que se conviertan en el medio de llegar a la eternidad, y logramos que esta vida trascendente llegue a ser un pasillo que lleva a los reinos del más allá.

Lo cierto es que todas las bellezas de este mundo, que producen sorpresa y admiración en los corazones, sólo se podrán desvelar con nuestras intenciones y con el ajuste correcto de nuestra perspectiva, siempre y cuando nos juzgue el Amado con misericordia. A partir de entonces, estas bellezas se hacen eternas y llega un día en el que ascienden en los horizontes de nuestro espíritu y se ponen a brillar. Y gracias a los dones del Amado, podremos sentir el sabor auténtico y el deleite de los frutos de la vida. Comprendemos nuestra la relación con los demás seres y la cálida compañía que nos proporcionan a lo largo del camino, al sentir y experimentar su relación con el Único Amado. Esta relación interior perdurará mientras logremos mantener la calidez de nuestro amor, interés y cercanía a Él. Esto es así porque todos los amores, intereses y relaciones son por Él, ya que es el único Gobernador del trono del amor.

Todo nos habla de Él con formas y estilos diferentes, menciona palabras sobre Él al transeúnte y susurra en nuestros oídos el amor por Él. Gracias a Él, amamos todo y a todos los que se cruzan en nuestro camino. Si intentamos mantener la mirada en estos caminos es para ver algo de Él, y si estamos alerta a los sonidos es para oír algo de Él. Lo cierto es que ese es Su derecho con respecto a nosotros y nuestra responsabilidad para con Él. Si una palabra se relaciona al fin con Él, se puede decir que ha encontrado su valor. Las reflexiones tienen valor si pueden abrir una puerta hacia Él. Progresamos sólo si somos capaces de vincular todo acto y movimiento a la búsqueda de Su complacencia. Ya sabemos que hemos sido enviados a este mundo para prepararnos para luego ir a un ámbito diferente. La invitación a la creencia es un llamamiento a esta preparación. Los que creen en esto son siempre conscientes, en sus sentimientos, pensamientos, intenciones y en todas sus acciones, de que están respondiendo a esa llamada, de que necesitan hacerlo, y de que están en esta zona de pruebas y en este lugar de sufrimiento para hacerse merecedores de las recompensas y las bendiciones de la Otra Vida. Así que caminan hacia Él sin detenerse, llevando en sus ojos la luz de Su presencia, con la fascinación de creer en Él en sus corazones y teniendo en sus sueños un anhelo irreducible del encuentro. Al alimentar su espiritualidad con la fe, con el Islam, con la bondad perfecta[1], con el estar inmersos en el conocimiento de Dios y con el verse refinados con el amor y el fervor… entran en un estado de constante beatitud, sorpresa y admiración. A lo largo de todo el camino escuchan sonidos que Le pertenecen, y preguntan sobre Él a todo y a todos con los que se encuentran. Caminan hacia el Soberano Eterno de todos los reinos, visibles e invisibles, como si estuviesen fijos en el objetivo.

Nunca preguntan cuán largo es el camino, cuándo se llegará al destino o cuándo tendrá lugar la reunión. Ni siquiera desean que termine este viaje de conocimiento de Dios, porque esperan gracias aún mayores y necesitan más compasión. Están llenos de consideraciones de lealtad y determinados a actuar siempre con sinceridad, y aspiran a conseguir una perspectiva más amplia en su contemplación.

Conforme van progresando pueden ver mejor el rostro sonriente de su fortuna, el otro lado de su vida y el mundo misterioso de la fe. Así empiezan a atraer nuevos mensajes de todo lo que existe y aumentan su entusiasmo con cada nuevo sonido y cada buena noticia. Siguen ascendiendo, como si estuviesen haciendo una Ascensión sagrada (Miray). Alcanzan niveles hasta ahora desconocidos, viajan por mundos inexplorados y saludan a todo y a todos los que encuentran. Y los riegan con sonrisas de satisfacción y avanzan hacia los límites más alejados del potencial de su naturaleza, huelen las rosas y las flores del camino, hablan con todos y todo lo que encuentran, conversan con la luz y con la sombra y escuchan lo que dicen de Él cada sonido, cada palabra, cada acento y cada imagen.

Tras todo esto, llega un momento en el que se libran de sí mismos y están siempre con Él. Su visión cambia: donde hay espinas ven rosas y el veneno es como la miel… y ocultos tras su humilde apariencia se encuentran con grandes personajes. Sólo Dios sabe cuántas veces se han quedado perplejos ante bellezas tan variadas, cuántas veces se han emocionado sus corazones con sorpresas divinas, cuántas cámaras secretas han visitado y cuántas veces han recibido en privado las gracias y los elogios divinos. Cada vez que contemplan en espejos diferentes las diversas manifestaciones de Su Belleza, la sangre casi se vacía de sus corazones, cambia el ritmo de su pulso y sólo Le sienten a Él. A decir verdad, aunque sentirlo es Su derecho, el hacerlo –o por lo menos intentarlo– es para nosotros un deber y una bendición. Para los viajeros conscientes de la gravedad de este deber y que intentan conseguir el deleite de esta bendición, su viaje es como una gira por los jardines del Paraíso. No importa lo empinado o difícil del camino, en él se cuenta con la ayuda de Sus señales colocadas por doquier y se cubren distancias aparentemente imposibles que acaban por transformarlo en un viaje de deleite y de fervor. El entusiasmo por la reunión les hace saltar sobre obstáculos y abismos que parecen infranqueables y no sienten el menor rastro de fatiga por el camino o sus dificultades. La verdad es que quisieran recorrer estos caminos para siempre. Estas almas, que están fijas en el objetivo de llegar a ver al Amado, son conscientes de que continúan sus vidas gracias a que se han librado de las cuestiones triviales de la materialidad y la estrechez del mundo, de que las conducen por el enorme y vívido atlas de la fe y el conocimiento de Dios y de que son alimentados con Sus favores. Veneran todo lo que les parece ser una carta o un sello procedente de Él, y caminan por los remotos confines de los deleites espirituales. Creen que cada cima del conocimiento y el amor de Dios son la ciudadela definitiva. Lo glorifican diciendo «Dios es el Más Grande» y expresan su gratitud con las palabras «Toda la alabanza y la gratitud son para Dios». No obstante, dos pasos después descubren una nueva avalancha de sorpresas y se encuentran rodeados por una nueva sinfonía de deleites espirituales y conocimiento de Dios.

En cada nueva cima a la que llegan, sienten al Más Hermoso en Sus diferentes manifestaciones y se levantan de nuevo con amor y vitalidad y caminan hacia el nuevo pico que los llama. Las bellezas se suceden unas a otras en el camino que recorren. Las manifestaciones de Su Belleza no tienen fin, ni tampoco el placer de sus almas cuando las contemplan.

Para los capaces de ver y percibir, este camino contiene amor y fervor, y está colmado con los vestigios de la unión en la forma de gotas que indican el océano. Sólo Dios sabe qué perciben de los reinos del más allá los que ven el océano en la gota y las constelaciones en un átomo, y qué sonidos extraordinarios son capaces de escuchar, pues «este mundo no es más que un espejo; nada permanece excepto con el Señor Todopoderoso» (anónimo). Así pues, leer las señales es el propósito de la creación y la sabiduría fundamental de lo que implica ser humano.

[1] El término «ihsan», que se traduce aquí como bondad perfecta, denota también la adoración seria y sincera de aquel que puede ver a Dios o tiene al menos la consciencia de ser visto por Él.
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